El Naufragio del Gneisenau

15 y 16 de Diciembre de 1900 la fragata de guerra Gneisenau de 2843 toneladas, 470 tripulantes y 14 cañones, mandada por el comandante Kretschmann, se encontraba anclada en las afueras del puerto de Málaga en espera de recoger al embajador alemán, de misión en Marruecos. Ya el día 15 se había presentado desapacible en la ciudad y al amanecer del día siguiente un fuerte temporal de Levante aconsejó a las autoridades de Marina recomendar al comandante alemán que fondease la nave en el interior del puerto, Kretschmann, en un gesto de confianza excesiva, desantendió el consejo y a las once y media de la mañana, rotas las amarras que la unían a sus anclas, quedó la fragata a merced del temporal, hundiéndose al poco tiempo.

Durante todo el día 15 del mes de diciembre de 1900 oscuros nubarrones habían ido poblando todo el cielo de nuestra ciudad, y una pertinaz e insistente lluvia había hecho su aparición. La madrugada del 16 el mal tiempo fue empeorando progresivamente, y el amanecer presenciaba ya un fuerte temporal de Levante que se había adueñado de nuestra costa. La fragata alemana permanecía en las inmediaciones del puerto. El comandante del buque recibió a primeras horas de la mañana un mensaje de la Comandancia de Marina en el que se le advertía del progresivo empeoramiento del tiempo, y se le invitaba a que entrase y fondeara el barco dentro del recinto portuario. Pero el aviso fue desatendido. Eran las 11:30 h. de la mañana. Una solución que cada vez se hacía más difícil y angustiosa. Finalmente se rompió también la segunda y última ancla y fue entonces cuando la fragata quedó a merced de las olas y del huracanado viento.

En esta terrible situación se dispuso la evacuación de la tripulación, botando al mar varias lanchas. Una de ellas, dada la proximidad de la costa, fue inmediatamente a estrellarse contra las rocas. Las otras eran zarandeadas por las impetuosas olas y sin ningún control de sus aterrados ocupantes. "Botes que tan pronto se llenan de náufragos como se hunden en el mar, arrastrando la carga de muchos hombres que se confunden con las irritadas olas. Otros eran empujados contra las piedras abriéndose la cabeza, rompiéndose los brazos y las piernas, destrozándose mutuamente.

Entre tanto, la inmensa nave iba acercándose peligrosamente al malecón. El comandante, sobre cubierta, seguía intentando poner a salvo a los marineros, "pero un golpe de mar le echó fuera, comenzando una lucha desesperada con el terrible elemento durante dos horas, agotando sus fuerzas, concluyó por sumergirlo. Por fin la nave fue arrojada contra la escollera, quedando encallada entre las rocas. "El buque fue hundiéndose, quedando sólo con la extremidad de los mayores palos fuera. Para el pueblo de Málaga no había pasado desapercibida aquella tremenda situación. Desde los primeros momentos de la tragedia numerosas personas que habían observado el barco, comenzaron a correr la voz y a acercarse a las proximidades de la escena, y casi sin vacilar, instintivamente, fueron organizándose grupos de auxilio.

Varias embarcaciones se hicieron a la mar, logrando rescatar a algunos marineros casi desfallecidos; otras no tenían la misma fortuna y eran a su vez presa de las aguas. Otros grupos arrojaban desde las peñas cuerdas a los hombres que luchaban desesperadamente contra las olas y las rocas. Otros lograron coger un cable que les arrojaron desde el buque encallado algunos marineros que aún permanecían en él, y amarrándolo a las piedras, permitieron que, deslizándose sobre la cuerda, se salvasen algunos de ellos. Hubo también algunas víctimas entre los intrépidos malagueños que participaron en el rescate. Aunque no se ha podido constatar la cifra, han llegado a cifrarse en 12 el número de los ahogados.

Doce malagueños murieron en las tareas de auxilio. La reina María Cristina, en nombre de su hijo el rey Alfonso XIII, concedió a la ciudad de Málaga el título de “Muy Hospitalaria”, que desde entonces campea en su escudo. La colonia alemana en Málaga, recogiendo el deseo de sus compatriotas de mostrar de alguna forma su agradecimiento al pueblo de Málaga por su solidaridad con la catástrofe de la Gneisenau ocurrida siete años antes, abrió una suscripción que encabezó el propio emperador Guillermo II. Los fondos recaudados se destinaron a la construcción de un puente, el actualmente llamado puente de Santo Domingo. 23 de Septiembre de 1907. Los heridos fueron llevados al Hospital Noble y el resto de la tripulación salvada al Cuartel de Levante y al Ayuntamiento, donde se llevaron camas de la Cruz Roja. La oficialidad fue acogida por el cónsul de Alemania, don Adolfo Príes, en su domicilio. Málaga entera, junto con los supervivientes, acudió al enterramiento y oficios religiosos de las víctimas, "demostrando en los actos el luto que rodeaba a la población y el sentimiento que la embargaba a la vez que la muestra de consideración y amistad a la nación amiga.

Días más tarde, la prensa europea recogió el suceso, exaltando la actitud de los malagueños: "El 'nombre de Málaga ha sido pronunciado con respeto en todo el mundo civilizado, coincidierido en sus juicios respecto a los rasgos de heroísmo realizados en tan solemnes momentos y la hospitalidad tributada después a los marinos alemanes". En el cementerio de los "ingleses" reposarían los restos de aquellos que no pudieron ser rescatados con vida. Fueron 41 víctimas del barco entre ellos el comandante y 12 malagueños que participaron en el rescate.

Un mausoleo recoge los restos de estos hombres, conservándose aún hoy día el sepulcro en perfecto estado. Una corona de laurel con un lazo con los colores germanos y algunas flores perduran todavía la memoria de aquellas víctimas. En el Liceo de Málaga, el 30 de septiembre de 1901, se haría el reparto de diversos regalos a la ciudad por su heroica acción y como agradecimiento del Gobierno alemán. Presidió el acto el cónsul de Alemania, Don Adolfo Príes, con los gobernadores civil y militar, el alcalde de la ciudad y otras autoridades. Se leyeron las distinciones, y el señor alcalde dio las gracias en nombre de la ciudad.